La encontré una tarde en el olvido
del rincón de tierra de mi patio,
pequeña, sin renuevos todavía.
Al bautismo diario de su vida
constante asistí, esperanzado.
Y fui feliz una mañana
cuando aun tímidos,
sus primeros abrazos
al cielo se extendieron.
Poco a poco ocupó su espacio,
y al cabo de dos años de aquel día
se convirtió en la Señora de mi patio.
Es desde entonces
que con besos puros y dorados,
brillantes de rocíos
y plenos de efluvios
una hermosa madreselva
acaricia mis mañanas.
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